Maleta lista. Taxi en la puerta. Boleto y libro en la bolsa. Y los nervios de mi madre que la hacían pensar en que extrañaría ese vaso sucio y fuera de lugar.
Después, registro. Menos de 8 kg? Sí. Cambiar moneda. Caminar, buscar asiento, caminar. Vuelos internacionales, vuelos nacionales. Mochileros, viajeros, familias, solitarios e individualistas. Tiendas con precios cuatro veces mayores al normal. Mexican curious. El Santo shop. Rubias con grandes bolsas mexicanas que podrían ser maletas. Fast food.
Y las aeromozas y aeromozos tan agraciados o nada agraciados o bola de desgraciados que cada sonrisa que te "regalan" viene incluída en el precio del boleto.
Luego el chequeo y el famoso duty free, donde amables visitantes pueden llevar de recuerdo 50 ml de delicioso mezcal joven a tan solo 129 pesitos mexicanos.
De pronto, el ascenso. Y comienzan los nervios. Tantas cosas revoloteando por mi cabeza; que si sensaciones nuevas, que si sensaciones viejas, recuerdos, emociones y de pronto: yo, elevándome entre nubes y smog, teniendo una majestuosa ciudad con más luces que el cielo -pero cabe mencionar que le hace falta alumbrado público- ante mis pies y verla desaparecer.
Ahora ponganse cómodos en lo que nosotros los llevamos a Frankfurt en 10:15 horas dice nuestro elegante y siempre amable piloto. Y una vez más ein Apfel Saft, bitte. Dankeschön, en lo que los señores del asiento delantero comienzan a matar su miedo a volar de la manera más elegante que encuentran: tomando vino tinto. En cambio yo, siempre he creído que el plástico de aquellos vasos le da un sabor diferente al jugo de manzana, que ahora, me sabe a recuerdos.
Horas después; habiendo atravesado un gigantesco aeropuerto internacional con cambios temporales a causa de obras internas, haber sido tratada como delincuente, donde me quitaron hasta las rojas botas y revisaron hoja por hoja mi pasaporte. Razón: el botón metálico de mi pantalón había hecho sonar el detector de metales. Lo que realzó mi orgullo: alejarme dándoles la espalda mostrando en ella la leyenda de "Inmigrant Punk" tatuada en mi playera amarilla; después y solo después de todo aquello -dando por hecho un vuelo mas- comencé a incorporarme a la ciudad con estructura de una sociedad perfectamente organizada pero con sus problemas internos, de los cuales solo ellos se enteran. Y quizá alguno que otro vecino astuto. Yo, llena de aeropuerto estaba ahí: Berlin, ciudad de mis sueños.
