Lo que tenía en la mano era una semilla redonda y azul. La misma que enterró en una maceta roja que tenía en el balcón. Nadie sabía realmente qué era lo que iba a nacer de ella, pero él tenía la esperanza de que se pareciera a sus sueños.
La primavera llegó y una punta roja comenzó a asomarse. Él se acordó de las letras rojas de las portadas de los cómics que leía cuando era pequeño.
La primavera avanzó y lo que asomaba de la maceta era un cono azul con punta roja. Él se acordó de los aviones que tanto le gustaban cuando era niño.
Un día en primavera se asomó al balcón y de la maceta asomaba un cono azul con punta y alas rojas. Él se acordó de los deseos que pedía a las estrellas fugaces.
Terminaba la primavera cuando de la semilla había nacido un cohete; de esos que salían en los cómics que leía cuando era pequeño; de esos que se parecían a los aviones que le gustaban cuando era niño; de esos que viajaban junto las estrellas fugaces a las que antes les había pedido deseos.
El primer día de verano montó su cohete.
Él se acordó de sus sueños.